lunes, 26 de mayo de 2014

La épica y la lírica de una gran final

El pasado sábado hubo un equipo que levantó una ansiada copa, pero realmente hubo dos equipos vencedores porque ganar se puede ganar de muchas formas....

 

Y a veces lo más importante es lo que menos se ve....

- Me quedo con Diego Costa diciéndole a Simeone que "cambia un mundial por jugar la final con su equipo".
- Me quedo con Xabi Alonso saltando de la grada al campo y corriendo en traje por la banda  para reunirse con sus compañeros tras el gol de Ramos que empataba el partido a falta de dos minutos para el final.
- Me quedo con el Cholo Simeone pidiendo a sus jugadores que levantaran la cabeza cuando la derrota era ya segura porque su comportamiento en el campo había sido ejemplar.
- Me quedo con los jugadores del Real Madrid haciendo pasillo a los del Atlético y con los abrazos que se dieron al final.
- Me quedo con Casillas llorando desconsoladamente cuando el Real Madrid marcó el tercero y con el momento en que besa a Sergio Ramos y le dice que es "el puto amo".
- Me quedo con Simeone en rueda de prensa reconociendo sus errores y diciendo que la derrota no merece ni una lágrima.




“Tenés todo, tenés nada” (Lorenzo Silva)

Publicado en  ELMUNDO

Sabes, hijo, que no considero que el fútbol sea importante, o desde luego no tan importante como parecen creer todas esas personas, incluidos jefes de estado y de gobierno, que le dedican un entusiasmo tan sincero e intenso como no ponen en otras cuestiones, a lo mejor más dignas de su atención y entrega. Sin embargo, en cualquier aspecto de la vida, por insignificante que sea, te aguarda una lección. Y cualquier hombre, por poco que esperes de él, puede ser el maestro que te la imparta.

Fíjate, por ejemplo, en ese hombre de negro que comparece ante los periodistas, después de haber perdido en el minuto 93 una copa de Europa que lo habría catapultado a la gloria. Fíjate, en primer lugar, en cómo admite que su equipo falló en la segunda parte, en la que el rival lo arrinconó hasta hacerle encajar ese gol lacerante y demoledor en el tiempo de descuento.

Primera lección: no responsabilices de tus fracasos, jamás, a otro antes que a ti mismo. Ni siquiera aunque tengas pretextos. No cargues contra los árbitros, aunque te parecieran adversos; no despotriques contra el rival, aunque la fortuna haya estado de su parte; no mires al cielo para quejarte de que en el momento decisivo no decidiera inclinar la balanza de tu lado sino del contrario. Siempre pudiste hacer más, hacerlo mejor. Hazte dueño de tus derrotas, porque ellas, algún día, servirán para hacerte dueño de tus triunfos; si es que está en tu mano, tu condición y finalmente tu suerte llegar a alcanzarlos.

Es amargo, sí, tenerlo todo en la mano y al instante siguiente ver ese todo en las manos de otro y las tuyas aferrando solamente el vacío. El hombre de negro, con el golpe recién encajado, lo resume a la perfección: "Tenés todo, y tenés nada". Merece la pena que lo recuerdes, así, con su giro porteño, porque probablemente es la frase más trascendente y significativa de la noche. Mucho más trascendente y significativa, desde luego, que las declaraciones de los vencedores, que no aciertan a salir, tampoco hay que reprochárselo mucho, de los lugares comunes. Todo lo que un día creas poseer, todo lo que sientas que es tuyo, no es más que una ilusión que en cualquier momento se lleva el viento. Lo único que será tuyo de veras es el modo en que lo tengas, mientras te toque llevarlo, y la forma en que lo pierdas, ese día que más temprano o más tarde, puedes estar seguro, acabará llegándote, tal y como el hombre de negro dice, sin transición ni previo aviso. Y entonces, afróntalo con serenidad. Un hombre es la contención que sabe aplicar a sus emociones.

Toma ejemplo del hombre que reconoce la amargura de haber perdido, mientras reivindica el orgullo de haber luchado, incluso cuando las fuerzas ya no estaban con los suyos y el oponente era superior. Que te venzan, pero nunca te rindan.

Y hablando de emociones y vencedores, tampoco dejes que te alteren las exhibiciones que puedan hacer quienes entre ellos no sepan contener las suyas, incluso quienes den en caer en la arrogancia. Piensa que quien se quita la camiseta para lucirse, aunque en ese acto pierda la elegancia en la victoria, hizo un esfuerzo y logró algo que tú no supiste impedir. Ofenderte por ello es mezquindad y resentimiento en los que no debes caer: el estilo consiste, también, en saber convivir con los excesos de los demás, sin hallar pie en ellos para los excesos propios.

En esta noche de mayo de 2014, algunos han llenado un poco más sus ya repletas vitrinas. Otros, no han conseguido nada que poner en ellas, pero han sido dignos perdedores.

No es plato de gusto la amargura, y menos la derrota, pero sazonada así, no mengua sino que hace crecer. Siento que pierdas esta oportunidad. Siento que seas madridista. Con todo el cariño de tu padre, enhorabuena por esa merecida Décima.





“El secreto mejor guardado del Bernabéu” (Carlos Vanaclocha)


Publicado en EL ECONOMISTA

Fernando Hierro confesó a Mijatovic en Lisboa que intuía un “papelón” de Sergio Ramos en la final. “Tiene adn madridista porque jamás hinca la rodilla”, le dijo al montenegrino. Y Ramos cumplió la profecía más de lo que Hierro habría imaginado. Él nunca marcó en una final de Champions, tampoco le hizo falta. Pero estaba escrito que el Madrid de esta Champions se tenía que agarrar al espíritu de Juanito, hoy reencarnado por el sevillano. Y al estilo de Hierro, entrando como una exhalación en el área, condenó al Atleti a un final cruel, merecido pero al fin y al cabo cruel. Ramos no es el capitán pero casi, lo sabe Iker Casillas, al que le bastaron tres segundos para susurrarle al oído que era el “puto amo”. También lo tiene presente Cristiano Ronaldo, amigo del camero y que suele comentar a sus amigos futbolistas portugueses que es el mejor defensa con el que se ha juntado. La Champions le debía una, o dos, o tres, o cuatro, o quizá una década de decepciones y mofas populares como el penalti que tiró al limbo delante de Neuer. El hundimiento fue tan brutal que Ramos tomó el ejemplo motivacional de Iniesta (“Te caes, te jodes, lloras y te levantas”) para emprender una carrera desenfrenada hasta la Décima.

El madridismo sospechoso de Ramos aclaró sus dudas durante la noche fatídica del Dortmund, en la no remontada del Bernabéu. Marcó el segundo gol, jaleó a su equipo, levantó a la grada y lloró desconsolado cuando el Madrid quedó oficialmente noqueado por undécimo año. Demasiados accidentes, demasiadas desgracias, la obsesión permanecía incrustada como una astilla puñetera. En el estadio Da Luz faltaron noventa segundos para que el club volviera a incendiarse con napalm; el enésimo Apocalipsis iba a ser insoportable, sobre todo por haber estado a punto de morder el polvo contra un Atlético grande, que ha recuperado respeto y prestigio después de un par de décadas sufriendo como el hermano pequeño al que el mayor daba collejas cuando le apetecía. Y en ese minuto 93 Ramos, que llevaba rato de delantero centro, se levantó en suspensión a lo Air Jordan y ejecutó un remate de escuela, de los que gustaban a Fernando Morientes. En la colección de héroes de nuestro tiempo, la Séptima tuvo a Mijatovic con su único gol de aquella edición; la Octava a Anelka y su redención ante Oliver Kahn; la Novena a Zidane con una volea antológica y la Décima los huevos de Ramos, tal como a él le gusta repetir.

Ramos tiene un aire a Raúl González en arrojo, bemoles y verónicas con el capote. Siempre da la cara ante la prensa cuando toca comerse el marrón y, gane o pierda, nunca suspende en actitud. Llegó del Sevilla en plena maceración y Monchi, director deportivo sevillista y maestro cazatalentos, no se equivocó cuando insinuó allá por 2005 que “Ramos sería el futuro de España”. Desde luego, la ‘Roja’ se desvive por él tal como lo hizo por el eterno ‘siete’; y el Madrid también le ha encontrado sitio en el pedestal de los intocables. Hablar de leyenda todavía es una locura, pero es cierto que un Sergio Ramos campeón mundial y de Eurocopa chirriaba sin una Champions en el palmarés. Pero al club no le importa tanto su talento como su docencia del decálogo madridista: aprendió la génesis del Madrid y las pautas de comportamiento que exige vestir esa camiseta. Así se lo hizo saber a Mourinho y, por eso, le costó más de una bronca pública con el portugués. Ramós no es ídolo del Bernabéu porque agite la mercadotecnia o entre en quinielas de Balón de Oro. No, él sabe que rebañar un balón en carrera o rematar un cabezazo imposible es lo que arranca el aplauso de la grada. Ahí se oculta el secreto mejor guardado del Bernabéu que gente como Raúl, Casillas y Ramos conocen.



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